sábado, 19 de noviembre de 2011

De las besatones estudiantiles a la nueva política. Por: César Rodríguez Garavito


Se equivocan quienes piensan que las protestas estudiantiles son una improvisación juvenil, o que no tienen que ver con la ola de inconformismo que se extiende desde Santiago hasta Nueva York, El Cairo o Madrid.
Me tocó en suerte pasar, en pocos días, de asistir a las marchas del movimiento Occupy en Wall Street, San Francisco y Oakland, a presenciar las protestas del jueves pasado en Bogotá. Lo llamativo son las similitudes entre las formas de hacer política de los indignados de aquí y de allá. Y el profundo desconcierto que han provocado en los políticos, que no saben qué hacer con ellos.
Sus formas de protestar son el fruto de la revolución de las tecnologías de la información: las redes sociales que propagaron como virus las abrazatones y besatones de los estudiantes chilenos y que, importadas por los colombianos, le dieron al movimiento estudiantil criollo una credibilidad pacifista y una proyección política sin precedentes recientes. En el mundo de Facebook y Twitter, las técnicas del descontento —lo que los sociólogos llaman “el repertorio de protesta”— se globalizan en escasos días, como lo confirma la invitación de los estudiantes chilenos a los colombianos a marchar simultáneamente en los próximos días.
Pero el movimiento estudiantil es más que besos y abrazos. Como otras movilizaciones de la era de las redes sociales, encarna una forma distinta de hacer política en cuanto tiene una lógica más horizontal y descentralizada que movimientos de otras épocas, como el sindical. Al igual que en las ocupaciones de la Plaza Tahrir en Cairo o del Parque Zuccotti en Wall Street, no hay un líder visible y las decisiones tienden a tomarse por consenso, tras deliberaciones como las de la Mesa Amplia Nacional Estudiantil de este fin de semana. Más allá del tema específico de sus reclamos, comparten también la reivindicación fundamental de la participación ciudadana directa en las decisiones públicas.
Esta lógica organizativa tiene desventajas: es más difícil fijar una posición, armar una agenda y llegar a una determinación. Pero tiene también ventajas que descolocan a los políticos: no hay líderes para cooptar, ni estrategias de desinformación que no puedan ser contrarrestadas por videos creativos que circulen rápidamente por la red, como el que hicieron los estudiantes para poner en ridículo la propaganda del Ministerio de Educación a favor del deficiente proyecto de reforma a la ley 30.
Como quedó claro en la Primavera Árabe, los gobernantes autoritarios son los primeros descompuestos por estas movilizaciones. Ahí está el video de Francisco Santos recomendando “meterles voltios a los muchachos” para apaciguarlos, pero olvidando que las redes sociales son buenas conductoras de electricidad y que su imagen desencajada ha sido reproducida cientos de miles de veces y quedará para siempre en YouTube.
Los gobernantes demócratas están igualmente desconcertados. Como lo recordó La Silla Vacía, entre los pocos pulsos que ha perdido Juan Manuel Santos están los que ha tenido con ciudadanos movilizados contra iniciativas de su gobierno, como la reforma a la educación, el infortunado proyecto de ‘Ley Lleras’ sobre piratería en internet y la explotación comercial del Parque Tayrona. Aunque el mandatario ha hecho lo correcto al retirar estas iniciativas, se demoró mucho en hacerlo en los dos primeros casos, y en todos subestimó la reacción ciudadana.
Hay que agradecer a los estudiantes por resucitar la movilización pacífica y la democracia participativa. Lo que pase ahora dependerá no sólo de ellos, sino de la participación y el aporte de las organizaciones sociales, los profesores y los ciudadanos interesados en el futuro de la educación. Y de que el Gobierno haya aprendido la lección y garantice que la discusión sea genuina y tenga poder de decisión.

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