lunes, 4 de julio de 2011

A PROPÓSITO DE LOS VEINTE AÑOS DE LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE 1991 DE COLOMBIA DEMOCRACIA Y SOCIALISMO, Por: Lic. Carlos Alberto Sánchez Collazos


En “El Manifiesto de los Iguales”, Babeuf a quien muchos consideran precursor del comunismo, decía:
No nos basta con que esta igualdad aparezca escrita en la declaración  de los Derechos del Hombre y del Ciudadano; la queremos entre nosotros bajo el techo de nuestras casas (Babeuf en el año IV de la Revolución Francesa lideró la llamada “conspiración de los iguales” bajo el lema de “comunidad de bienes y trabajos para alcanzar la igualdad perfecta”- Citado en Pedro Bravo, Socialismo premarxista, Universidad Central de Caracas, 1961, pág. 27)

Este planteamiento nos remite al problema de la democracia no resuelto en la práctica por la Revolución Francesa, pero que por primera vez en la historia de la humanidad fue puesto a la orden del día como exigencia política. Además, permitió decantar las posiciones en torno a los tipos de sociedad por construir. Para los liberales, por ejemplo, el asunto de la democracia se reducía a la organización político- administrativa, vale decir, institucional que debe regir a una Nación. Para otros sectores, los marxistas entre ellos, el asunto debe considerar el orden económico y social, el terreno de la producción, allí donde no opera la democracia sino las relaciones entre propiedad y trabajo y no reducirse solamente a lo que pudiéramos llamar las instituciones representativas.
La democracia es una construcción humana, no ha existido siempre, no constituye un don natural u otorgado por la divinidad. Y como conquista de los hombres no está exenta de las circunstancias histórico- concretas que le dan forma y sentido.
La Revolución Francesa universalizó el concepto de democracia. Esto quiere decir que el asunto dejó de ser una cuestión nacional o de interés para ciertos grupos sociales y se convirtió en una posibilidad para abstraer las condiciones singulares de los distintos pueblos y sociedades y señalar unos postulados universales que deben ser seguidos por ellos. En un artículo alusivo al bicentenario de la Revolución Francesa, el analista Jaime Caycedo afirmaba:
Si antes las revoluciones conquistaban derechos para los ingleses, los norteamericanos, etc., la revolución francesa planteó la noción de derechos del hombre y el ciudadano, sujetos abstractos universales. Desde entonces su establecimiento era un objetivo realizable, por lo menos teóricamente, para cualquier ser humano, en cualquier rincón del mundo y en cualquier sociedad. Aun cuando puede haber mucho de arbitrario en esta concepción, es indudable que desempeñó un enorme papel impulsor, educador e inspirador de grandes transformaciones que hicieron que muchas sociedades se adelantaran en su tiempo, es decir, a la plenitud de condiciones socio-económicas… (Jaime Caycedo: La democracia y su expresión contemporánea. En Revista Margen Izquierda, No. 39, 1989, p. 9)

Evidentemente se está hablando de la democracia moderna, distinta a la democracia antigua de los griegos. ¿En qué consiste –brevemente- esa distinción? La democracia antigua se basaba en el concepto de comunidad que antecede al individuo, mientras que “la democracia moderna nació de una concepción individualista (atomista) de la sociedad como un conglomerado de individuos libres, soberanos e iguales que se ponen de acuerdo para crear un poder común (…) que les garantice la vida, la libertad y la propiedad” (Guillermo Restrepo Sierra. Más allá de la crisis en el gobierno de Samper, mecanografiado, p. 2)

A pesar de haberse universalizado el concepto, las tendencias alrededor de la noción de democracia se manifestaron en la historia muchas veces.
Una de ellas es la de entender la democracia como igualdad de derechos. Así, todos los ciudadanos son libres de ejercer sus derechos, sin importar las oportunidades que brinde la sociedad para su ejercicio. La  democracia, entendida como un recetario de fórmulas jurídicas, opera formalmente. La consignación formal de los derechos –como en el caso de la Constitución Política colombiana- no garantiza la práctica de los mismos, lo que poco importa a los teóricos y legisladores liberales a quienes interesa la esencia y no la sustancia de la democracia. De esa manera se entiende la restricción al derecho del sufragio o la persistencia de la esclavitud en las colonias, por ejemplo. El único “derecho natural”, por lo tanto incuestionable, ha sido el de PROPIEDAD.
Los socialistas del siglo XIX reconocieron en la democracia las posibilidades para ejercer la soberanía popular, la igualdad, la libertad política. Había en dicha concepción el reconocimiento de la importancia de la lucha de los pueblos en la construcción de una sociedad democrática, es decir, que sin la acción del pueblo para alcanzar mayores niveles de democracia –para utilizar un término de Cunnigham- la promulgación de fórmulas jurídico- políticas, a la manera de un recetario, constituía meramente una ficción democrática.
Jaime Caycedo lo reafirma cuando dice:
La profundidad de la democracia llegó hasta donde llegó la dinámica, el volumen, la audacia y la presencia efectiva y directa de las masas en la conquista de sus derechos (Op. Cit., pág. 9)
¿Hacia dónde derivan estas dos tendencias en el siglo XX, las que podríamos denominar “democracia liberal” y “democracia social”? ¿Existen unos elementos básicos que identifican a la democracia, abstrayendo las circunstancias y los intereses de clase? , o para hablar en el lenguaje de Cunnigham, ¿es la democracia polivalente o unívoca?
La dicotomía democracia burguesa-democracia proletaria aparece en el lenguaje de los revolucionarios de principios del siglo XX y se convierte en una tradición del pensamiento y la práctica de muchos movimientos de inspiración socialista. El movimiento obrero europeo –desde el siglo XIX- había encabezado amplias luchas por implementar la democracia en  cada una de las naciones donde desarrollaba su acción política, específicamente la lucha por el sufragio universal ligado a los programas económico-sociales que superaban las relaciones entre capital y trabajo. Sin embargo, las condiciones particulares en que actuaron los revolucionarios rusos, enfrentando la autocracia zarista, sin ninguna tradición democrática, vale decir sin ninguna institución representativa, hace que adopten una vía distinta a la del movimiento obrero y socialista europeo en general.
Por otra parte, el análisis hecho por Umberto Cerroni inicia con el cuestionamiento que hace a sus antecesores con respecto a la limitación de la democracia como una simple definición de tipo constitucional soportado por técnica de selección y designación de los gobernantes, lo que justifica las indagaciones acerca de las élites del poder y los condicionamientos sociales del poder político, mientras que la “utopía” de la democracia como régimen popular se sustituye de modo radical por el compromiso, entendido este como una aproximación a la autodeterminación.
Los límites de las técnicas constitucionales y su íntima conexión con la libertad de empresa ha generado dos grandes discusiones teóricas que siguen siendo intrincadas: la sustitución de la  originaria distinción entre liberalismo y democracia por la distinción entre democracia liberal constitucional y “totalitarismo”, empobreciendo así los términos reales de los problemas políticos.
La teoría política liberal asume la democracia como fundamento del sufragio universal, expulsando del territorio de la problemática social las implicaciones igualitarias, económicas y sociales, que tenía originalmente.
Cuando se hace referencia a la crítica marxista de la democracia, es necesario precisar que esta no se limita únicamente a definirla como “democracia burguesa” por el monopolio de los propietarios como parte de la democracia restringida, sino por la interpretación de la práctica de la democracia ligada a criterios históricos y a una íntima relación con el poder.
Marx desde sus análisis de la filosofía del derecho de Hegel incorpora dichos elementos. Todo debate sobre la democracia moviliza y contiene implícitos valores éticos, culturales y epistemológicos.
Frente a esta premisa puede decirse que la democracia se ha convertido en una especie de fórmula universal de legitimación para una gama de sociedades radicalmente diferentes entre sí, tanto en sus formas de gobierno como en sus estructuras sociales y económicas, demostrándose hoy cierta incapacidad para destacar las diferencias significativas entre las sociedades concretas, lo que deja entrever una pérdida provisional de su claridad con la adopción de conceptos como “democracia liberal”, “popular”, “económica”, “avanzada”, etc. De allí la tesis de Cerroni al catalogar a la democracia como ganadora y en permanente expansión, manifestando una creciente complejidad.
En la concepción de Cunnigham no se trata de asumir la democracia moderna –alejada ya de la polivalencia del término- como un conglomerado de individuos “libres, soberanos e iguales”, según la versión del profesor Guillermo Restrepo, que indica la existencia de un “mundo libre”, el del mercado, donde según las palabras del profesor Alcibíades Paredes se “supone un individuo originario, con plena libertad para obrar. La sociedad queda reducida (en tal mundo libre) a una simple suma de individuos en interacción…(Alcibíades Paredes. La “sociedad civil” no existe .Mecanografiado, pp. 2-3) La democracia para Cunnigham no se define con referencia a alguna característica sino que se define por su gradualidad, lo que permite elevar el nivel de democracia alcanzado por una sociedad (o perderlo). Así, Cunnigham niega la contextualidad de la democracia, lo que llamamos las circunstancias específicas en que se desarrolla. Dice:
…sostener que la democracia debe ser “sensible al contexto” significa rechazar la idea de que puedan existir formas de gobierno o procedimientos de elección colectiva con capacidad de garantizar siempre, y como sea, avances de la democracia en cualquier situación social (Frank Cunnigham. Democracia y socialismo: problemas de método, P. 4)
Cunnigham habla de la deseabilidad de la democracia más que de la posibilidad. Y en ese sentido, presenta un cuadro de la democracia como medio y no como fin, porque esto último supondría a la larga –y paradójicamente- consecuencias antidemocráticas. Entre los motivos para “desear” la democracia se encuentran: la adopción de una perspectiva normativa que incluye la realización de los mejores valores posibles y la encarnación de una nueva visión del mundo; la promoción del pluralismo; la tutela del bien colectivo; la defensa de la libertad individual, etc.
 Como se puede observar es muy distinta la propuesta de Cunnigham al presentado por Bobbio  (Norberto Bobbio, El futuro de la democracia, Fondo de Cultura Económica, México, 1997)  en relación con unos contenidos de la “democracia ideal”, que supondrían un conjunto de reglas que establecen quién están autorizado para tomar decisiones colectivas y bajo qué procedimientos, como “la regla de las mayorías”, la existencia de alternativas políticas programáticas, así como de derechos que garanticen la libertad de opinión y de asociación.
Algunos autores ligan siempre el surgimiento de la democracia moderna con el desarrollo del liberalismo clásico y para ello apelan a recordar los principios que se promulgaron desde la independencia norteamericana y la declaración de los Derechos del Hombre de la Revolución Francesa. Pero olvidan que desde muy temprano, como lo subraya el historiador Eric Hobsbawn, “el liberalismo y la democracia parecían más bien adversarios que aliados”. El historiador prosigue a propósito de la situación europea posterior a la revolución de 1830 en Francia:
“…los liberales prácticos del continente se asustaban de la democracia política, prefiriendo una monarquía constitucional con sufragio adecuado o, en caso necesario cualquier absolutismo anticuado que garantizara sus intereses” (Eric Hobsbawn, Las revoluciones burguesas, Madrid, 1971)

En realidad ha sido el movimiento obrero y socialista, popular como se le llama, quien ha logrado elevar los niveles de democracia a mayores grados. La extensión universal del sufragio, por ejemplo, es una conquista que no puede otorgarse al liberalismo, quien –por el contrario- ha puesto todos los obstáculos posibles para impedir que esa extensión le permita al proletariado acceder al poder en condiciones de “igualdad democrática”.
En ese sentido, el socialismo está ligado indisolublemente a las conquistas democráticas, aunque históricamente esta presunción haya sido bastante problemática. Tal como lo afirma Jean Paul Joaury
…el socialismo (a la inversa del capitalismo) sólo puede desarrollarse asociando cada vez más a los trabajadores, a las gentes, a la definición de las opciones económicas y sociales. Esto hace parte de su esencia universal, porque este no es un sistema cerrado sino un proceso infinito de abolición de toda explotación y toda dominación de clase. El socialismo supone por lo tanto un alto grado de desarrollo democrático, social, cultural, económico (J. P. Jouary, El socialismo tiene que ser construido por el pueblo, En Revista Margen Izquierda No. 56, 1992, pp. 39-40)

La tesis de Cunnigham acerca de que “el socialismo  constituye una condición necesaria, aunque ciertamente no suficiente, para lograr progresos decisivos en democracia” es justificada mediante algunas opciones teórico- políticas “para garantizar la coherencia y la validez del proyecto general” así:
a) el concepto unívoco de democracia
b) el normativismo democrático y socialista
c) el rechazo de cualquier concepción que pretenda asignar de modo unilateral un rol “exclusivo” a la lucha de clases.
  Un proyecto así pensado y construido supone volver por los fueros de la combinación democracia- socialismo que se perdió en los avatares de la historia. En efecto, el socialismo “realmente existente” apareció en contradicción con su propia esencia democrática. Cunnigham nos propone mediante un avance decisivo de la democracia realizar “las promesas democráticas destruidas de las revoluciones francesa, americana, rusa y china”. En ese sentido, el socialismo se debe subordinar a dicho proyecto. Por otra parte, dice, “la igualdad socialista debe ser considerada un momento esencial en el desarrollo de la democracia”.
La inclusión de los valores alcanzados por las luchas de los pueblos en el mundo, el carácter universal de la democracia, reconociendo los diversos niveles en que se presenta, entre otros, hace que no veamos a la democracia como un régimen político “burgués”, Como señala Agnes Heller en su artículo “Pasado, presente y futuro de la democracia”, “no fue el capitalismo el que universalizó la  democracia formal, sino la lucha contra el capitalismo”   (Citado por Federico Machado, Liberalismo y democracia en Colombia, Revista Foro, s.f. p. 34)

Los anteriores análisis nos llevan a hacer una interpretación del concepto de democracia en nuestra sociedad, particularmente por el hecho de que aquella está sujeta a la aplicación de un modelo económico imperante.
La “democratización” neoliberal en los años noventa del siglo XX fusiona y reinterpreta ideológicamente las nociones de gobernabilidad y sociedad civil. La “adecuada gobernabilidad”, entendida como un manejo cómodo del régimen que evite o suprima los excesivos conflictos, adopta políticas asistencialistas. La sociedad civil, como una fuerza extra estatal que logre garantizar la imposición del liberalismo económico y político; la gobernabilidad como “desarrollo democrático” invoca de alguna manera la experiencia ideológica de “eficiencia” en soluciones exitosas y la sociedad civil quiere ser investida como la alternativa inmediata y eficaz del Estado.
La anterior definición nos introduce en otra discusión con respecto a superar la categoría residual, según la cual todo lo que caiga fuera de la bien definida esfera del Estado es considerado como parte constituyente de la sociedad civil. Marx develó las formas de poder de clase, injustas y antidemocráticas de la sociedad civil modera, que el discurso liberal contemporáneo justifica o da por supuesto; a su vez, olvidaba que la sociedad civil no es un mero apéndice del Estado, sino una esfera de varias organizaciones y actividades autónomas. De igual manera plantea que la sociedad civil comprende no todas las relaciones materiales sino todas las relaciones ideológico-culturales.
La democracia no puede limitarse a la “democracia realmente existente”, ni a un acuerdo o pacto como el que se reconoce en la Constitución de 1991, aunque por supuesto para consolidar la democracia se debe partir de lo que existe. En general, sus formas históricas son el resultado de largas y difíciles luchas de siglos, las que en muchos casos han sido quebrantadas por las contradicciones existentes por la explotación, la coerción y la hegemonía. Las lecturas de lo que significa la Constitución de 1991 en Colombia así lo demuestran

No hay comentarios:

Publicar un comentario