sábado, 28 de enero de 2012

Cinco cosas que podría hacer Santos por las víctimas en vez de marchar, La Silla Vacía

Hoy en Barranquilla, el presidente Juan Manuel Santos se unió a la marcha que planearon varias organizaciones de víctimas en la Costa para rechazar la violencia en contra de los desplazados y para expresar, de forma simbólica, su apoyo al proceso de restitución de tierras. El Gobierno financió el transporte para las víctimas que tuvieran que desplazarse a Barranquilla y también acompañará una marcha más grande en Necoclí, y luego otras en Bogotá y Medellín.
Mientras el Gobierno considera que éste es un acto político necesario para apoyar a las víctimas, permanece la pregunta de si al hacerlo se corre el riesgo de que termine cooptando el movimiento de víctimas. O, en el mejor de los casos, si más allá del plano simbólico, y dadas sus responsabilidades como máximo dirigente de la Nación, no habría otros actos políticos quizá más necesarios para avanzar en el proceso de restitución. Por ejemplo:
 . Desenmascarar y enfrentar a la ‘mano negra’
En junio del año pasado, el presidente Santos comenzó a hablar de una ‘mano negra’ que estaba conspirando en contra de la ley de víctimas y restitución de tierras.
El problema es que Santos se quedó en el discurso. No ha mencionado con nombre propio a una sola persona que esté detrás de esa mano negra y tampoco ha anunciado ninguna estrategia para desenmascarla. Esto, a pesar de que tanto ONG como medios como La Silla Vacía ya han dado pistas sobre las estrategias utilizadas por esta ‘mano negra’ para evitar la restitución de tierras.
Por ejemplo, seis organizaciones de víctimas -entre las que están Codhes, la Fundación Nuevo ArcoIris y Fedepaz- enviaron una carta a las embajadas de Holanda, Suiza, Francia y Suecia en la que denuncian que hay empresarios que se beneficiaron con el despojo que están detrás de las presiones contra los campesinos que exigen su restitución.
2. Tomar medidas efectivas para proteger las vidas de los líderes de víctimas
Desde que se posesionó Santos han sido asesinados 16 líderes de restitución de tierras, el mismo número que fueron muertos durante los primeros seis años del gobierno de Uribe.
Como respuesta a los asesinatos de varios líderes que reclaman sus tierras se puso en marcha el Centro Integrado de Inteligencia para la Restitución de Tierras en marzo de 2011, conformado por el Vicepresidente de la República y los Ministerios de Defensa, Interior y Agricultura, y en el que participan la Procuraduría, la Fiscalía, organismos de inteligencia y contrainteligencia, operadores de justicia y entidades gubernamentales.
Sin embargo, este Centro no ha comenzado a ejecutar las medidas de protección y se ha mantenido sobre todo haciendo análisis de riesgo. Mientras tanto, los líderes siguen siendo asesinados. Los dos últimos murieron en diciembre del año pasado, razón por la cual se convocó la marcha.
3. Enfrentar a los grandes tenedores de tierras en zonas de despojo.
La Superintendencia de Notariado y Registro ha estado viajando a distintas regiones del país y ha documentado quiénes son los grandes poseedores de tierras en las zonas de despojo. Lo ha hecho en Montes de María, en la Orinoquía o en el Urabá Antioqueño, zonas donde hubo el mayor desplazamiento. Y aunque en sus informes la Superintendencia ha nombrado quiénes son los grandes tenedores, hasta el momento el Gobierno no ha ordenado su investigación.
Por el contrario, como lo contó La Silla Vacía, el Superintendente de Notariado y Registro-sin que haya mediado un proceso de por medio- ya ha dicho que, por ejemplo, Cementos Argos es un tercero de buena fe en Montes de María a pesar de que compró tierras de los campesinos desplazados a muy bajo costo y en el momento más álgido del conflicto en la zona.
Tampoco se ha avanzado en rastrear los bienes de los políticos o funcionarios que ya están condenados por sus vínculos con los paramilitares, algunos de los cuales fueron cómplices del despojo. 
4. Enfrentar el factor Carranza
Otro de los grandes tenedores de tierras es el empresario de las esmeraldas Víctor Carranza. El Programa Presidencial para los Derechos Humanos así como varios centros de investigación sobre el conflicto han demostrado la expansión territorial de Carranza en Boyacá, Cundinamarca, Meta, Casanare, Guainía, Vichada, Tolima, Caldas, Magdalena, Cesar, Bolívar y Sucre. Y se dice que hace unos años celebró la compra de la hectárea un millón.
Sin embargo, el tema de Carranza ha estado ausente en el discurso del Presidente, quien lo conoce personalmente.
Más que enfrentar estos grandes poderes ligados a las tierras, hasta ahora el Gobierno ha preferido entregar tierras que le pertenecen a la Nación, como lo denunció la Contralora Sandra Morelli. “Mucho de lo que el Gobierno ha hecho hasta hoy no ha sido con las tierras de los victimarios, estamos haciendo esa reparación con terrenos que pertenecen a la Nación, con terreno baldíos”, dijo ayer Morelli.
5. Reforzar la institucionalidad que empodera a las víctimas
La restitución de tierras no puede avanzar a menos que se hagan esfuerzos por garantizar que las víctimas tendrán verdaderos aliados a nivel local.
Como explicó La Silla Vacía, el personero que fue elegido en Carmen de Bolívar hace tres semanas fue puesto allí por el senador del Pin Antonio Correa, que es cercano a ‘la Gata’, la empresaria del chance condenada por sus nexos con el paramilitarismo. Y el personero es clave para la efectividad de la ley de víctimas y restitución de tierras porque es el encargado de inscribir las organizaciones de víctimas que tendrán voz durante todo el proceso de restitución y de tomar el primer testimonio de la víctima con base en el cual el gobierno central decide si merece indemnización o no.
Si el gobierno no garantiza que a nivel local haya una institucionalidad que genere confianza en las víctimas, será muy difícil avanzar exitosamente en este proceso.

LA AMPLIACIÓN DEL FUERO PENAL MILITAR, UN RETROCESO DEMOCRÁTICO Por: Maureén Maya Sierra, Periodista e investigadora social

¿Chantaje o democracia?

La costumbre en que los gobiernos y la sociedad deben temer a las FF MM y hacerles todo tipo de concesiones para evitar su furia, no sólo cuestiona la legitimidad de un Estado democrático sino que además se constituye en grave obstáculo para la plena realización de un Estado Social de Derecho donde la justicia  sea, como debe ser, principio fundamental de todas las relaciones sociales y políticas del país.

Mientras la comunidad internacional y los órganos de derechos humanos, como la Corte y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la Comisión Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos, y los mecanismos especiales de las Naciones Unidas, ha sido reiterativas, desde décadas atrás, al afirmar que someter a los miembros de las FF MM y de policía -incursos en procesos por graves violaciones a los derechos humanos- al Fuero Penal Militar es promover y mantener la impunidad, como lo demuestra la experiencia de varios países, incluido Colombia, el presidente Santos insiste en  ampliar el fuero para beneficio de militares investigados por su participación en gran cantidad de crímenes de lesa humanidad.

Una de las propuestas  más polémicas que actualmente se debaten en el Congreso sobre el tema, y que llevó al director de Human Rights Watch  -HRW-, José Miguel Vivanco, a enviar una carta al presidente Santos el pasado 12 de diciembre,  establece que se debe presumir  -de acuerdo al artículo 11 propuesto en la Ley de Reforma a la Justicia- que todos los delitos cometidos por la Fuerza Pública están relacionados con el servicio y por tanto deben ser de conocimiento de la Justicia Penal Militar y no de la ordinaria. La iniciativa, que había sido presentada por el Ministro de Defensa Juan Carlos Pinzón, a la que se sumó el proyecto de Defensa Técnica presentado meses atrás por el entonces Ministro de Defensa Rodrigo Rivera, y el llamado ‘Marco para la Paz’ que, según el ponente del proyecto en la Cámara, Eduard Osorio, se trata de un acto legislativo impulsado desde la Alta Consejería de Seguridad Nacional, con el cual también se cobijaría a los militares en el momento en el que se llegara a un proceso de paz, encendieron el debate.

Según afirmó Vivanco en su misiva, con respecto al artículo 11 del proyecto de reforma a la justicia, “Este artículo que permitiría que los casos de violaciones de derechos humanos cometidas por la fuerza pública sean conocidos por el sistema de justicia militar— contraviene directamente la jurisprudencia de los más altos tribunales de justicia de Colombia y de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, y se opone además a lo establecido por otros organismos internacionales de derechos humanos relevantes. Su aprobación revertiría gravemente los avances recientes logrados por Colombia para asegurar que se juzguen los abusos militares. Igualmente, al prácticamente garantizar impunidad frente a las violaciones de derechos humanos cometidas por la fuerza pública, en última instancia, Colombia podría exponerse a la posibilidad de ser investigada por la Corte Penal Internacional, incluso en relación con los casos conocidos como falsos positivos”.1

En ese mismo sentido, el representante a la Cámara, Iván Cepeda Castro, había afirmado meses atrás que “Es inadmisible que el Gobierno, en lugar de perseguir los crímenes y depurar la Justicia Penal Militar, pretenda reimplantar medidas ya abolidas por la jurisprudencia internacional y por la doctrina de la Corte Constitucional como lo es el fuero penal militar2”.

La disculpa que emplea el gobierno y los legisladores que promueven estas iniciativas, es  la de asegurar  a los militares que no irán a prisión por sus crímenes; que en el momento en el que se llegue un proceso de paz, todos los actores armados tendrán como aliciente una ley que los permee de la acción de la justicia. “Si los militares se quedan por fuera de estos beneficios, es posible que torpedeen un eventual proceso de paz, como ya lo intentaron en el pasado”3.

El miedo no es infundado por supuesto; el poder de las FF MM, su capacidad para controlar al poder ejecutivo y poner en jaque la institucionalidad del país o llevar al fracaso diversos intentos de diálogos de paz con la insurgencia, ha quedado claramente demostrado en la reciente historia del país. Basta con recordar algunos de los decretos represivos aprobados por el Presidente López Michelsen en 1976, y el texto deliberante que, un año después, le enviara la cúpula militar denunciado estar siendo objeto de una campaña sistemática de deshonra por parte de la oposición política y advirtiendo estar dispuestos a defender su patrimonio moral, institucional y personal. Las temibles demandas de los militares, con tufillo a chantaje, se convirtieron finalmente en política de Estado bajo el Gobierno de Turbay Ayala al aprobar mediante decreto 1923, el llamado ‘Estatuto de seguridad’, que llevó a la militarización del país; a la perpetuación de las violaciones a los derechos humanos y la impunidad; a que miles de civiles fueran enjuiciados por la Justicia Militar, a que los presos políticos fueran sometidos a Consejos Verbales de Guerra,  y a que se incrementaran las detenciones arbitrarias, donde miles de colombianos fueran arrestados (sin garantías procesales) y torturados en dependencias militares. Las violaciones a los derechos humanos, pese a los convenios internacionales suscritos por Colombia se convirtieron en una constante, así como las garantías de impunidad para los perpetradores. Luego, bajo el gobierno de Belisario Betancur los militares al mando del general Landazábal Reyes desconocieron públicamente la Ley de Amnistía (ley 35 de 1982)4, la firma de los acuerdos de paz de 1984 y la propuesta de la Comisión de Paz de convocar a una reunión de diálogo entre altos mandos militares con dirigentes de la guerrilla, al considerar que en ello, se lesionaba su dignidad y se le hacia pensar al país, que se trataba de “una rendición del poder militar a las aspiraciones del Partido Comunista y las fuerzas de la subversión”5. Además de estas acciones de desacato, como lo denunció el procurador Carlos Jiménez Gómez, la estrecha alianza entre grupos paramilitares, narcotraficantes y las FF MM habían dado origen al grupo MAS en 1981, a través del cual se cometían graves violaciones a los derechos humanos y se perseguía a la oposición política, sindicada de colaborar con la insurgencia.6 Cuando públicamente el procurador denunció, con nombre propio, a 59 militares vinculados a la acción criminal del MAS, el General Landazabal Reyes, además de señalarlo como de ser parte de la “subversión institucional”, resolvió apoyar, junto a otros militares y sectores empresariales del país,  la propuesta de que cada militar donará un día de su sueldo para pagar la defensa de los uniformados. Esta propuesta, sería la antesala a lo que en la actualidad se debate en el congreso como el proyecto de Defensa Técnica.  Los militares en esa oportunidad se salieron con la suya y lograron que los procesos que se les seguían, pasaran a la justicia Penal Militar,  donde todos fueron absueltos.

La experiencia muestra sin ambages  los terribles resultados que deja para un país, la creación de figuras jurídicas para la promoción de la impunidad. Igualmente, esa historia enseña que cuando se tranzan principios en medio de chantajes abiertos o velados, se cede al temor y se actúa sumisamente ante él, se está negando no solamente el poder para desafiar aquello que causa temor sino que se está perpetuando y legitimando la existencia de esas temibles manos negras que, como lo advirtió el mismo presidente Santos, intentan evitar que las víctimas regresen a sus tierras despojadas y, consideran, además, que la justicia se puede manipular y acomodar a intereses particulares. Ya en mayo de 1983, en su carta de renuncia a la presidencia de la Comisión de Diálogo y Paz, Otto Morales Benítez, advertía sobre la existencia de los enemigos de la paz y de la reconciliación, agazapados dentro y fuera del gobierno, que debían ser combatidos.

Esta histórica impunidad, así como las estrategias puestas en marcha para doblegar la Constitución y las disposiciones de las altas Cortes y amparar la acción de la criminalidad de Estado, por supuesto no ha sido desconocida por los organismos internacionales, como lo recuerda Vivanco en su carta.

“El record histórico de la justicia penal militar de Colombia muestra que no ha logrado que quienes cometieron violaciones de derechos humanos rindan cuentas por sus actos. Esto se evidencia, por ejemplo, en la notoria ausencia de resultados por parte de tribunales militares en la obtención de  condenas contra los responsables de casos de “falsos positivos”. Las autoridades de la justicia penal militar no sólo no han impartido justicia en estos casos, sino que además habrían cerrado causas sin llevar a cabo una investigación efectiva de los hechos denunciados. El informe de 2010 de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos sobre la situación de los derechos humanos en Colombia advierte sobre “casos [de ejecuciones extrajudiciales]... que pudieron haber sido archivados por [la justicia penal militar] sin una adecuada actuación judicial”7. La Comisión Interamericana también señaló en su informe de 2010 que en Colombia “los jueces militares adoptan decisiones de archivo y terminación de procesos en casos de violaciones de Derechos Humanos”8.

Proponer que sean los contribuyentes quienes deban financiar los abogados defensores de los militares incursos en procesos por graves violaciones a los derechos humanos, como lo propone el proyecto de Defensa Técnica, o que se debe ceder a las demandas de las FF MM, otorgándoles garantías que ningún ciudadano posee bajo el argumento de que ellos no confían en la  justicia ordinaria podrían llevar a jaque a la institucionalidad del país, y es, además, tan descabellado y peligroso como regresivo.

Sin embargo, el Gobierno Nacional cree que puede ignorar las normas internacionales y el mismo bloque de constitucionalidad colombiano e insiste en el tema. El ministro del Interior Germán Vargas Lleras, declaró que el Gobierno no sólo está comprometido en el proceso y evolución de la reforma  a la Justicia, sino en que el fuero militar sea una norma completa. “En el caso del fuero militar se ha planteado una reforma integral, que va más allá del artículo incluido en la Reforma a la Justicia, y para eso se está preparando una reforma al código penal militar y a la Justicia Penal Militar"9.

Ahora, cuando se plantea la implementación de una ambiciosa Ley de Víctimas, en la que además de reconocerse la existencia del conflicto armado, de las víctimas, incluso de agentes del Estado, y el deber del Estado de garantizar la plena realización de los derechos a verdad, justicia y reparación integral con garantías de no repetición, todo lo cual se constituye en un avance importante para el país, mal hace el gobierno al pretender impulsar de manera paralela leyes que niegan justamente el derecho a justicia de las víctimas, no sólo en el marco del conflicto, sino también de la violencia sociopolítica en el país.

La administración de justicia juega un papel de trascendental importancia en la garantía y protección de los derechos humanos. La existencia de tribunales independientes, imparciales y competentes así como la observancia de las normas del debido proceso son condiciones esenciales prescritas por el Derecho internacional de los Derechos Humanos para una recta administración de justicia. La existencia de un Poder Judicial independiente e imparcial, libre de interferencias y presiones por parte de los demás poderes públicos, y garante del debido proceso, es un elemento nuclear para el goce y protección de los derechos humanos y una condición sine qua non para la vigencia del estado de derecho. Este papel ha sido subrayado ampliamente por todos los sistemas intergubernamentales, y en particular sus órganos de protección de  los derechos humanos10.

La jurisdicción castrense y el espíritu de cuerpo que la ha caracterizado históricamente convierten los tribunales militares en verdaderos instrumentos del poder militar frente al poder civil11 y es justamente el desafío que enfrenta el actual Gobierno: definir a qué sector le da más supremacía y bajo qué preceptos espera constituir un genuino Estado Social de Derecho, que sea coherente con las normas internacionales y  con sus propios postulados.
Edición N° 00288 – Semana del 26 de Enero al 2 de Febrero de 2012

1 Carta al Presidente Santos. “Colombia debe retirar proyecto que ampliaría el fuero militar”. Diciembre 12 de 2011.http://www.hrw.org/es/news/2011/12/12/colombia-debe-retirar-proyecto-que-ampliar-el-fuero-militar

2 Noticias RCN; “Iván Cepeda dice que ampliar fuero penal militar sería generar impunidad”. Bogotá, junio 10 de 2011.

3 En La Silla Vacía; “Santos les está dando a los militares lo que Uribe nunca se atrevió a concederles”; Bogotá, noviembre 16 de 2011. http://www.lasillavacia.com/historia/santos-le-esta-dando-los-militares-lo-que-uribe-nunca-se-atrevio-concederles-29663

4 La Ley de Amnistía permitió la excarcelación de decenas de presos políticos en el país. Se ofreció perdón y olvido a los responsables de delitos políticos, pero no a quienes hubieren cometidos actos criminales fuera de combate. Tampoco se exigió el desarme ni la desmovilización, pues la medida era un avance para la creación de un escenario de confianza que condujera finalmente a la firma de un acuerdo de paz.

5 Landazabal Reyes, Fernando; El Precio de la Paz. Editorial Planeta, Bogotá, 1985. Pp 68 y 69. Tomado de José Cuesta; Corinto, un diálogo de sordos. Edición. Colección Tiempos de Paz. Programa para la Reinserción. Fundación para el desarrollo Social, la Democracia y la Paz. Progresar. Bogotá, octubre de 1997. PP 59 y 60.

6 Este grupo que nació como una estrategia de la mafia para defenderse del secuestro, se convirtió en  una organización armada, protegida por sectores de las Fuerzas Militares, y que apoyada por empresarios, ganaderos, terratenientes, políticos, se dedicó a combatir a la insurgencia y a perseguir a las fuerzas de izquierda del país.

7 Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Informe de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos sobre la situación de los derechos humanos en Colombia, A/HRC/16/22, 3 de febrero de 2011, párr. 26.

8 Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Informe Anual de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, OEA/Ser.L/V/II, 7 de marzo de 2011, Capítulo IV, Colombia, párr. 31.

9 En EL Espectador; “Gobierno insiste en que no quiere propiciar impunidad en juzgamiento de militares”. Sección Política. Bogotá, enero 13 de 2012.

10 Comisión Colombiana de Juristas; “Tribunales militares y graves violaciones de derechos humanos”. Serie de monografías. 2011

11 Ídem


miércoles, 25 de enero de 2012

La reforma política de la justicia, Jorge Ivan Cuervo


En vez de mejorar la calidad del servicio que recibe el ciudadano, este proyecto es una cuenta de cobro de los políticos a los magistrados y un cóctel de ideas malas o mal empaquetadas. Explicación autorizada y clara de qué propone la reforma y de qué debería proponer para que mejore de veras la justicia.
Otra reforma a ciegas

Históricamente, todo gobierno que se respete en Colombia ha querido dejar su sello con una reforma “estructural” de la justicia. Pero el afán de reforma se ha hecho más apremiante en los últimos tiempos, a medida que los gobiernos y los congresos sucesivos se han sentido más incómodos con el poder que la Constitución de 1991 le atribuyó a la administración de justicia. 
Siempre sobran justificaciones para pedir la reforma de la justicia, comenzando por el malestar de la opinión pública y de algunos sectores sobre la calidad del servicio: problemas en el acceso, congestión, morosidad en los procesos y falta de efectividad de las decisiones judiciales, son las quejas más comunes. Pero sus causas y sus remedios reales no han sido objeto de investigación o elaboración suficiente y convincente por parte del gobierno, de la academia o de la rama judicial. 
El gobierno aduce que mejorar el acceso a la administración de justicia es uno de los objetivos básicos de la reforma que propone, pero nadie sabe a ciencia cierta cuál es la demanda potencial de justicia en Colombia, de manera que no hay bases objetivas para poder adecuar la oferta. El Consejo Superior de la Judicatura opera sobre cifras históricas, pero no ha indagado acerca de la demanda de justicia que efectivamente se queda sin atención. Lo cierto es que nadie sabe con precisión cuántos y quienes se quedan por fuera del servicio de justicia.
Distinciones esenciales
El gobierno anterior creó una Comisión de Reforma a la Justicia que señaló los temas esenciales que debería cubrir una reforma y distinguió entre aquellos que necesitan de reformas constitucionales, los que suponen una reforma a la Ley Estatutaria de Justicia, y aquellos otros que corresponden a simples decisiones del Consejo Superior de la Judicatura.
Por otra parte, la experiencia indica que es necesario distinguir entre las reformas institucionales, las reformas de los códigos sustantivos y de procedimiento, y las reformas administrativas o de gestión. Cada una de estas necesita de medidas diferentes y de esfuerzos político-institucionales y financieros distintos.
También se necesita tener en cuenta los efectos de encadenamiento. Por ejemplo, no es posible reducir los tiempos procesales sin reformar los códigos de procedimiento, y estos no operarán sin cambios en los modelos de gestión en los despachos judiciales, lo cual a su vez supone un mejor de desempeño de los jueces y funcionarios judiciales.
La reforma que no era, y sus errores
El gobierno Santos ha optado por un modelo cuya apuesta fuerte es una reforma constitucional sobre temas que son importantes y que tal vez ameritan ajustes, pero que no atañen o atañen poco a mejorar la administración de justicia. En efecto:
  • El tema del fuero militar en un contexto de conflicto armado es de tal magnitud y sensibilidad política que debió ser materia de un paquete legislativo separado, para que no condicionara la discusión sobre los demás temas.
  • Las medidas de política criminal también deberían haber sido objeto de un proyecto distinto, que incluya cambios en las funciones y competencias de la Fiscalía, en el sistema de juzgamiento de congresistas y altos funcionarios, la supresión de los agentes del ministerio público en los procesos penales y otra serie de medidas relacionadas con la seguridad ciudadana y las violaciones a los derechos humanos. Restablecer la facultad de la Fiscalía para realizar capturas y allanamientos sin orden judicial es un retroceso innecesario.
  • Las facultades nominadoras de las Altas Cortes para los cargos de Procurador y Contralor hacen parte del corazón del diseño institucional por el que optó el constituyente de 1990, bajo la lógica de los llamados frenos y contra pesos. Una reforma de este sistema podría ser considerada una sustitución de la Constitución y no pasar el test de la Corte Constitucional bajo la doctrina de las competencias como vicio de forma. Pero más allá de esa discusión, el gobierno no ha demostrado que exista una relación entre estas capacidades nominadoras y los problemas de acceso, congestión y morosidad del servicio de justicia, temas que deberían ser el eje de cualquier reforma.
  • En materia de congestión, antes de sugerir medidas inciertas como la de habilitar abogados y notarios para adelantar procesos judiciales, debería efectuarse un balance cuidadoso sobre las medidas de descongestión adoptadas por el Consejo Superior de la Judicatura en el marco de la ley 1395 de 2010.
La Cuarta Encuesta de Justicia indica que las medidas adoptadas en el marco de esa ley, tales como la perención y el desistimiento tácito, han sido efectivas, y bastaría con reforzarlas con mayor presupuesto y más recursos humanos. Ahora bien, sin cifras confiables es difícil realizar diagnósticos apropiados. La congestión no es la misma en todas las jurisdicciones, ni en todas las ciudades ni en todas las instancias. En cada caso deben aplicarse medidas diferentes. Planteamientos como los contenidos en el documento Garantizar una Justicia Eficiente, preparado por el Departamento Nacional de Planeación en el marco de Colombia Visión 2019 deben ser el punto de partida para una reflexión sobre lo que debe hacerse para descongestionar la justicia.
  • En materia civil, los procesos ejecutivos singulares e hipotecarios constituyen buena parte de la carga de los despachos, lo cual sugiere crear una jurisdicción ejecutiva especializada. Este es el tipo de medidas que deberían discutirse en el marco de la reforma, en lugar de decidir si los magistrados, procuradores y contralores pueden ser elegidos a cargos de elección popular en los cinco años siguientes a su retiro. Son temas sin duda taquilleros, pero que poco o nada afectan al ciudadano que sufre un sistema judicial incapaz de resolver los conflictos y proteger los derechos con eficacia y oportunidad.
  • La reforma de la tutela contra sentencias judiciales, introduciendo la necesaria intervención de un abogado y un período de caducidad de un mes, desnaturaliza esta figura y no apunta a mejorar la protección jurídica del ciudadano frente al Estado.
  • Restablecer las funciones disciplinarias de los jueces frente a sus subalternos es un paso en la dirección equivocada que va a enredar aún más la función jurisdiccional. La creación del Colegio Nacional de Abogados como instancia disciplinaria, dado el bajo grado de capital social entre los abogados colombianos, es una medida destinada al fracaso. En la reforma debería estar discutiéndose temas como la regulación de los honorarios de los abogados o de los árbitros en los tribunales de arbitramento, cuyo alto costo se está convirtiendo en una barrera de acceso infranqueable para los más vulnerables.
La reforma que no fue pero podría ser
Lo cierto es que un gobierno con amplio margen para tramitar reformas constitucionales y legislativas ha pretendido darles gusto a todos los involucrados. Lo que pudo haber sido una oportunidad para abordar -por fin- los temas que afectan de veras al ciudadano, se está convirtiendo en pretexto para que un sector de la clase política pase su cuenta de cobro a la administración de justicia.
En una reforma de la justicia se hubieran esperado, por ejemplo,
  • cambios en la justicia de paz;
  • regulación de los tribunales de arbitramento;
  • lineamientos de política para consolidar la jurisdicción indígena;
  • pensar en figuras que han servido en otros países, tales como los jueces itinerantes o reestructurar el programa de Casas de Justicia para que no atiendan solamente funcionarios administrativos, sino también judiciales;
  • reformas en los horarios de atención de los jueces, o
  • un régimen disciplinario más exigente frente al cumplimiento de los términos procesales.
Pero todo indica que el gobierno optó por la superficie de lo que debe ser una reforma judicial, desaprovechando el gran capital político que ha demostrado tener en la legislatura.
Sería deseable que el gobierno no hiciera un punto de honor de algunos de los temas hasta ahora aprobados en el Congreso y tuviera la sensatez de discutir en profundidad los asuntos que de verdad afectan el servicio de administración de justicia, pensando primero en las necesidades jurídicas de los ciudadanos.
Ojalá pues que el proyecto se hunda, y que esta sea la ocasión para pasar a una reforma que equilibre las cargas del ciudadano con el Estado y no las de la clase política con la justicia.
* Profesor e investigador de la Universidad Externado de Colombia. Columnista y autor de numerosas publicaciones.

La izquierda se la juega Por: Cristina de la Torre


En esta Colombia conservadora y violenta, la elección popular de un exguerrillero como alcalde de la capital conmueve los cimientos de su tradición política.
La Mano Negra y la Mano Roja parecen cerrarse en puño de hierro para golpear, una, al intruso; la otra, al hereje. Y es que Gustavo Petro encarna una fuerza que por vez primera gobernará a Bogotá con demócratas de izquierda decididos a operar el tránsito hacia otra idea de ciudad. No con Anapo ni con la U. Ni con carteles de ladrones que pasan por contratistas. Dos trazos gruesos empiezan a dibujar el perfil de su movimiento Progresistas. Primero, una vocación de paz que sepulta para siempre toda veleidad con la táctica comunista de la combinación de formas de lucha. Segundo, el rescate de la Constitución del 91 que Petro ha erigido en plataforma ideológica suya. En particular, de mecanismos de participación e inclusión social como el cabildo abierto para decidir porción sustancial del presupuesto de la ciudad de consuno con la gente. Sería ésta, según Navarro Wolf, una genuina marca de fábrica de la izquierda. Mas no será fácil diferenciar estas audiencias populares de los consejos comunales que Álvaro Uribe convirtió en punta de lanza de su "gobierno de opinión", tributario de la democracia plebiscitaria que llevó a Colombia al borde la dictadura.
Ni fácil será suplantar con tales mecanismos de democracia directa la democracia representativa, donde el pueblo refrenda con su voto el programa que su candidato ofreció en campaña y lo autoriza a ejecutarlo. Si no, ¿para qué elegir, para qué la competencia de ideas y programas que se ventilan en campaña electoral? Papel distinto (y crucial) desempeñarían estos cabildos como escenario de rendición de cuentas del gobierno y medio de control político de partidos y organizaciones civiles. Pero empeñar la iniciativa y el poder decisorio del gobierno a la volubilidad de una ciudadanía sacralizada y sin norte puede ser camino expedito hacia la demagogia y el desmadre de las políticas públicas. Salvo que la experiencia demuestre lo contrario.
Un flanco que sí resulta decisivo para desahogar a la izquierda es la ruptura sin atenuantes con la combinación de formas de lucha. La glorificación excluyente de la lucha armada le había hurtado a la izquierda por décadas el derecho de hacer política, y cercenado el ya reducido espacio de la tolerancia. La táctica de marras contribuyó a su manera al exterminio de la Unión Patriótica en los años 80 y 90: muchos militantes de ese partido legal cayeron inermes como carne de cañón en una guerra ajena, mientras el grupo armado se refugiaba heroicamente con sus fierros monte adentro. Diablillo que se insinuaba de tanto en tanto en el seno del Polo, las "sieteluchas" pusieron su grano de arena en las disensiones que terminaron por polarizarlo en polos irreconciliables hasta la ruptura final.
Capítulo aparte merecerá la capacidad de Progresistas para retomar la disposición constitucional de trazar planes indicativos de desarrollo que armonicen crecimiento con política social y ambiental. Ya Petro lo sugiere con su apelación reiterada a las alianzas público-privadas. Perspectiva de verdadera intervención del Estado que le devolvería al primer mandatario la orientación del ahorro nacional y podría moderar los poderes ilimitados que se le han otorgado a la Junta del Banco de la República. Cabrían entonces, otra vez, una estrategia de industrialización y mecanismos eficaces de inserción en la economía mundial sin caer en la miseria.
De la madurez y el coraje con que Petro y su equipo aborden asuntos de tanta enjundia dependerá que Bogotá salga del pantano. Y que Progresistas florezca como alternativa de izquierda democrática capaz de romper las cadenas con que los extremistas de todos los colores han querido siempre estrangularla.
Tomado de elespectador.com - lunes 16 Ene 2012 -