Mauricio García Villegas |
En la izquierda también hay críticos de la Constitución del 91. El más típico de ellos es el utopista desilusionado, un personaje que no le perdona a la Carta política que en estos veinte años no haya cumplido con su promesa de crear un país en paz y con justicia social; por eso piensa que esta constitución, como las anteriores, es ante todo una herramienta de legitimación del poder económico dominante.
Hay otro personaje de izquierda que, si bien en principio es un defensor de la Carta, termina siendo un crítico de la jurisprudencia constitucional. Me refiero al constitucionalista intransigente: según él, los derechos contemplados en la Carta son normas de obligatorio e inmediato cumplimiento (como un código de tránsito) y por lo tanto no deben ser exigidos de manera progresiva y de acuerdo con un mínimo principio de realidad, como lo hace la Corte, sino siempre y de manera inmediata, como si estuviéramos en Alemania.
Estos personajes (no son los únicos, hay otros) tienen razones muy diferentes para oponerse a la Constitución. Las tres más importantes son estas: 1) no creen en el modelo de sociedad plasmado en la Carta del 91 (como el católico retrógrado); 2) no están de acuerdo con el control judicial de la ley y de las mayorías políticas (como el economista restrictivo y del jurista nostálgico) o 3) creen que las constituciones son una de dos: o motores de cambio social o engaños para legitimar a los que mandan (como el utopista desilusionado y el constitucionalista intransigente).
Contra la primera de estas razones es muy poco lo que se puede hacer, fuera de invocar la tolerancia y la igualdad ciudadanía. Contra el segundo es importante explicar, de manera sencilla, la justificación política que tiene el control de constitucionalidad, lo cual no siempre es fácil. Contra el tercero, hay que sostener una idea modesta pero firme de constitución, entendida como un derrotero político que hay que defender y no simplemente como una varita mágica que puede cambiar la sociedad a su antojo.
Con esta tipología de críticos no quiero insinuar que la Constitución del 91 es perfecta, ni mucho menos que así lo sea la jurisprudencia de la Corte. Tan sólo quiero mostrar que el debate constitucional en Colombia es más complejo de lo que parece y que no todo el que critica la Constitución piensa lo mismo de ella.
Publicado en el El espectador 10 de junio de 2011
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